Intimidad y Luz Interior
Cerca de La Coruña, en las inmediaciones de la ria de Burgo, los propietarios de una parcela situada dentro de una urbanización (un matriminio con dos hijos), encargaron al arquitecto Alfonso Hernández el proyecto de una vivienda, al que dieron su aprovación a pesar de las opiniones adversas de la mayoría de familiares, amistades, vecinos y luego, en el curso de la construcción, de los operarios. El arquitecto quiere, como es lógico, agradecer ante todo el apoyo de sus clientes, sin el cual resulta siempre dificil convertir un proyecto en realidad visible y plenamente disfrutable. ¿Por qué existió tanta desconfianza? Por que la casa, simplemente, no tiene ventanas, y esa característica la hacía incomprensible para una mirada poco habituada al devenir de la arquitectura. El propio Alfonso Hernández explica el porqué de esa falta de ventanas, que no ocasiona -claro está- escasez de luz o ventilación: "Antes de iniciar el proyecto, estuve observando la urbanización y comprobé que las casas estaban siempre cerradas, con las persianas bajadas y las cortinas corridas. La gente manifiesta querer "mucha luz", y luego se encuentran con ue también necesita guardar su intimidad, recogerse en su habitat, protegerse de la curiosidad. Es en este punto donde hay que buscar los motivos de la forma que le hemos dado a la casa, y utilizo el plural porque es una obra tanto mía como de los clientes, que han tenido la valentía de creer en el proyecto y mantenerse firmes, pese a la constante crítica antes y, sobre todo, durante su construcción". A esa prevención ajena, la casa responde sin embargo con seguridad en sí misma, pero también con amabilidad, como lo prueba la manera en que se abre a la mirada de los transeúntes a través de esas celosias de acero que dejan ver un mínimo jardín delantero (que está allí casi sólo para ser mirado desde fuera) y, a un lado, ese retranqueo que configura un pequeño porche, como una invitación a la casa.
El Edificio no expresa en absoluto "agresividad" hacia la calle; más bien todo lo contrario: se trata de un frente público creado para que la mirada pueda paserse libremente, más allá del enrejado metálico. En oposición a la tipología de viviendas cerradas a la calle con vallas ciegas y pesadas, Alfonso Hernández tuvo en cuenta esos barrios americanos residenciales con jardines que declinan suavemente, confundiéndose con la acera ancha y arbolada. El modelo es, sin duda, remoto, pero en su evocacion reside ese tono amable que desprende el espacio de la entrada . "Es como si la casa cediera un poco de sí misma a la comunudad", dice el arquitecto. Un perfil de acero -que marca los límites de la parcela- nace como barandilla sobre el muro de contención, remarca las puertas de madera de cedro del garaje y soporta la chapa que cubre el espacio de entrada a la propiedad. El cierre continúa como barrera baja, del lado de la celosía metálica. Pero esta meditada formulación del frente público corresponde sólo a la parte inferior del edificio. Al mismo tiempo, el volumen superior volado, completamente ciego y forrado de pizarra gris, muestra a la calle la contundencia de su forma y la seguridad de cumplir plenamente con su función que consiste en protejer a los habitantes (allí está el dormitorio principal) de la mirada curiosa de la vía pública.
Cuidar la intimidad ha sido la primera preocupación del arquitecto, pero sin privar de luminosidad y ventilación las estancias interiores. El edificio se organiza en dos plantas: en la primera se encuentra, en primer témino , un despacho -con segundo acceso independiente- y luego las zonas comunes (cocina. estar, comedor), el salón abierto al exterior a través de cristaleras, es una estancia muy amplia. Suelo de madera de haya, destaca la biochimenea de diseño en el centro, con unas medidas excepcionales, -aqui la familia se reúne durante largas tertulias- es de acero inoxidable, es una chimenea si que funciona con n humobioetanol para c. En la segunda planta, se suceden las estancias privadas: el dormitorio principal, con baño y vestidor, los dormitorios de los hijos y una estancia de reserva para visitas o sala de juegos. himeneas
No es precisamente luz y aire lo que falta en estos interiores: un sistema de patios de distintos tamaños y características brinda esos elementos imprescindibles a toda la casa. El primer patio aparece en cuanto uno penetra en la vivienda: se trata de una franja cubierta de grava que discurre entre el muro que marca el límite del terreno y el paño de cristal del vestíbulo forrado de madera. En el otro lado de la planta, la sala de estar y el comedor continúan -cristalera mediante- en una terraza y una franja de césped. En la planta alta, los dormitorio (con sus respectivos baños y vestidores) están pleneamente iluminados y aireados por cuatro patios sucesivos: el primero y de mayor tamaño pertenece al dormitorio principal, y el resto, a las tres habitaciones correspondientes a los hijos y a invitados. Esta serie de patios interiores ofrece a toda la planta una luminosidad singular: abundante, pero difuminada. Con sus paredes blancas y a cielo abierto, son como receptáculos que reciben la luz para luego difundirla libremente por el interior, sin necesidad de ser amortiguada con persianas y cortinas. Y sin ninguna merma de la intimidad, ya que las eventuales miradas indiscretas sobre estos patios sólo podrían venir del cielo. Como explica el arquitecto, existen maneras de "abrir" y "cerrar" una casa sin tener que recurrir a la profusión de ventanas. En la habitación principal, una puerta corredera de madera permite detener por las mañanas, si se desea, la entrada de luz que llega del patio correspondiente. Un eje de circulación atraviesa la planta superior: se trata de un largo corredor que, partiendo del dormitorio principal, llega hasta la puerta de cristal (única abertura) donde arranca la escalera que baja al jardín. Esta puerta y esa escalera -vistas desde el exterior- dividen la fachada en dos partes de diferente tamaño. Es la cara posterior, la cuarta faz del volumen "ciego" forrado de pizarra. Una extensión verde y lisa rodea el edifico, que sólo compite en armonía de forma y función con el añoso peral que se eleva por encima del prisma gris.
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